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Nunca más


Ella se encontraba exhausta, quieta y sumida en la aspereza de sus pensamientos. Sólo se escuchaba de vez en vez el forzoso movimiento de su compás luchando por seguir respirando, mientras los vestigios de su llanto más profundo se hacían notar en cada bocanada de aire que descontrolaba su flujo nasal.


Estaba decidida, sabía lo que tenía que hacer, faltaban pocos minutos para que el hombre de su vida, aquél que la destruyó en cuerpo y alma, se presentara para escucharla o mejor dicho, para morir.


Elisa ya no soportaría una bofetada más, no volvería a excusar sus arrebatos de cólera en los falsos “errores que toda mujer comete por amor”, en esta tormenta acrecentada por 20 años de silencio, ya era hora de hacerse justicia y de salir del infierno en el que era obligada a vivir día tras día.


Su piel blanca palideció aun más, transparentándose cual seda al escuchar el motor de ese auto deportivo, comprado con las vidas y la salud de mucha gente desafortunada que se cruzó en el camino del destino.


Elisa quedó helada, sacó de entre los almohadones del sofá un revolver y con las manos temblorosas esperó la entrada de su verdugo, el olor a tabaco inundó la habitación de inmediato, era él, con la sonrisa cínica que lo caracterizaba y los ojos iluminados que pedían a gritos su muerte.


¡PUM! -Se acabó, seguí tus pasos y ellos me alejaron de ti, pensó Elisa mientras respiraba por primera vez en mucho tiempo.

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