También ellas se van
No podía creer que tantos años de esfuerzo y amor se hubieran ido a la basura en un abrir y cerrar de ojos, hasta hace unas horas tan sólo era un mecero más del restaurante de La Carranza, un joven con ambiciones, feliz. Pero ahora se encontraba enojado, con un dolor de cabeza que únicamente un tumor de preocupaciones y rabia podían causar, se miraba al espejo y sólo veía a Gael, el estúpido chico que creyó haber conseguido una vida plena.
No podía dejar de escuchar cual cuchillos aquellas palabras en su mente, veía con odio aquella carta sucia, como si intentara atravesar el papel con la mirada.“Seguí tus pasos y ellos me alejaron de ti, creí poder ser la mujer de un pobre diablo que nunca será más en la vida, cometí el error de rebajarme a este nivel porque estaba enamorada, pero ya no puedo, es demasiado para mí, merezco una vida mejor, me voy...”.
Que cobarde era, después de todo lo que habían pasado juntos, después de que se matara 14 horas diarias para poder ofrecerle lo mejor que podía, nunca fue suficiente. Pero que maldita, cómo podía dejarlo así, no sabría que hacer ahora, dejaría de trabajar unas horas o quizá le pagaría a Licha la vecina por hacerse cargo de Nora, su linda y tierna niña de dos años que en ese momento asomaba su cabecita una y otra vez a la ventana esperando la llegada de mamá.